Empezamos este perfil por el final. Porque Jaime Lorente es un hombre con miles de aristas. Y la última es la más afilada, la que más hiere. Jaime se nos descubre tan sanote como complicado; tan afable como bullanguero; tan divertido y cariñoso como con carácter; tan canalla como buen chaval. Tiene una personalidad arrolladora. Y el atractivo del peligro, aunque sea padre de dos enanos y un profesional de pies a cabeza y su educación roce el paroxismo. Con todo el mundo, conste. Ya sea el fan, el camarero, el periodista, el taxista o el policía… Quizás, con quien más arisco se muestra es con el que tiene poder. Ése, como que le da un poquito más igual. O, incluso, le importa un pimiento… Como si fuera un Robin Hood de la interpretación, vaya. En realidad, a él le pega La leyenda del indomable, obviamente. Tiene esa mirada revirada de Paul Newman. Más azul. Un azul que llama la atención porque en la pantalla no se aprecia tanto. Jaime Lorente gana en directo. En las distancias cortas. Por sus contradicciones. Por sus incertidumbres. Por su sencillez, a veces, casi ingenua. Otras, por su rebeldía “con o sin” causa. Es decir, te gana por su humanidad. Y es que, cuando terminábamos nuestra conversación, con una media sonrisa porque, además se estaba comiendo un sándwich al que le había metido casi medio frasco de mayonesa y otro medio de ketchup, nos reveló, a pecho descubierto y con una sinceridad desarmante, cómo truncó su destino, ése que parecía inexorable y tortuoso.
Viajábamos con la estrella internacional a Venecia donde, de la mano de Armani Beauty, le acompañaríamos en su paso por la red carpet de la Mostra y, después, cenaríamos en el Museo Guggenheim para, al día siguiente, acudir al desfile de Alta Costura del diseñador milanés en L’Arsenale junto a otras estrellas del celuloide mundial. “Pfff, a mí la verdad es que Sophia Loren… hoy, me da igual”, nos confiesa. Eran las siete de la tarde cuando teníamos nuestra cita. En media hora, tendríamos que coger una lancha camino del desfile, pero Jaime se acaba de levantar de la cama. El día anterior, había cogido un avión casi sin dormir porque los pequeños se habían puesto malos. Efectivamente, había hecho de tripas corazón durante toda la jornada, pero el virus que que había cogido Amaia en “la guarde” había pasado a Luca y ahora lo tenía el papá de las criaturas. El día había sido cicatero. No obstante, tenía su entrevista con ¡HOLA! y no falta a su cita. Hablamos de lo divino y lo humano. También con un espontáneo británico que no puede resistirse a acercarse a la estrella internacional y comentarnos que la salsa de tomate que se está poniendo en las rebanadas de pan, procede de su pueblo, cerca de Yorkshire y que, por casualidad, sirven en este Hotel de 5 estrellas. Porque desde que pusimos pie en la ciudad de los canales, es muy difícil tener una conversación a solas con el actor. Todo el mundo se le acerca y en cualquier momento, sin importarle qué está o no haciendo. Esta escena que les describimos a continuación sucedía en el aeropuerto Marco Polo mientras nuestro Denver, con una mochila a la espalda y el portatrajes entre sus brazos, capeaba el temporal traspasando la aduana:
.- “È lui?”
.- “Si, si… Mi pare talmente lui”.
.- “Però , davvero? Della Casa di Carta? È Denver?”.
.- “Certo. È Denver! Alla Mostra. Va alla Mostra. Siccuro!”.
.- “Parliamo con lui?... Dai! Dai! Sbrigati!”.
.- “Caro, aspe’! Siamo polizzotti… Caro, aspeeee’ aspeeeeeeee’”.
Y el Maresciallo no había podido parar el impulso de su subordinado. Éste ya estaba agarrando por los hombros a nuestro protagonista para hacerse un selfie. Exacto, eran policías. Que fíjense si los venecianos tienen que estar acostumbrados aver por los canales a las personas más importantes y reconocidas del planeta, ¿no? Pues bien, era toparse con Jaime Lorente y perder los papeles. Literalmente.
- Jaime, he de decirte que he sido consciente de tu envergadura de estrella aquí, en Venecia… Que me hace gracia porque, al mismo tiempo, sé que has pasado tus vacaciones de verano en familia, en La Manga…
-(risas) Ya… es que el término medio nunca ha sido lo mío (risas) Pero lo de estrella… Tío, no me considero eso… Y ni me lo planteo. No te puedo contestar a eso porque buah, paso…
- ¿De verdad que no te choca el que viajes al otro punto del planeta y te reconozcan… y que pudiendo viajar a donde te dé la real gana, tú prefieras quedarte en La Manga con tus padres?
-Ya… Vale. Es un shock (risas) Pero es que yo en casa estoy muy agusto.
- Ya, me imagino, pero, volviendo, por mucha estrella que hubiera ayer en la alfombra, tú lo desbordaste todo… ¿Hasta qué punto impone tanto fan, tanto paparazzi, una alfombra tan importante como ésta? Y todos pendientes de qué haces, cómo posas, qué dices…
-Mmmmm No sé, para mí eso es motivador… Pero también me genera poco miedo. Sí que es cierto que, una vez que haces la película, lo que quieres es que viaje lo más lejos posible y el Festival de Venecia lo consigue… Eso es lo que se antepone al vértigo porque si no…
- Porque si no…
-Porque si no, yo creo que a lo mejor no haría esto… (risas)
- ¿No?
-No. A ver, también “me pone” ese puntillo de incertidumbre. De no saber muy bien qué va a pasar, de si me voy a estrellar, de si no me voy a estrellar y voy a salir bien parado. Esa gymkana me gusta.
- Pues estarás encantado porque tu profesión supone un examen diario. Directores de casting, directores, público…
-Todos los días. Y frente al público y en casa. Porque no solo te examinan los demás. Te examinas tú mismo muchísimo.
- ¿Tú eres crítico contigo mismo?
-Yo soy muy crítico. Espera… No es que sea crítico, es que soy malo. Me trato mal. Fatal. Y eso no está bien, ¿no?
- Hombre, autocastigarse, no mola…
-Pues yo lo hago todo el rato. Pero también es verdad que es una cosa que me estoy trabajando. Estoy intentando quererme y portarme bien conmigo.
(...)
- Por otra parte, tienes también los halagos continuos de tus fans, los besos, los abrazos… ¿Hasta qué punto uno no pierde la cabeza un poco?
-Yo, fíjate, a mí eso nunca me impresionó mucho. Me impresiona el jaleo, el ruido, vale, pero no me dejo llevar… Creo que no tiene nada que ver con mi trabajo. O sea, no pertenece a mi trabajo. Eso no está cuando estoy en el set de rodaje. No está cuando estudio un papel. Pero sí creo que hay que tener mucho cuidado con esos halagos, saber dónde los colocas porque si no puedes terminar siendo un gilipollas. La fama te puede hacer perder el horizonte.
- Es que si alguien te dice todo el rato qué bueno eres, qué guapo eres… Y ese alguien en realidad son millones de personas, ¿cómo no te vas a creer que eres la pera?
-Quizás a mi eso no me viene mal porque me saca de mi auto masacre continua, ¿sabes? Hay mucha gente que me trata muy bien, porque yo me pongo las cosas muy difíciles... Una balanza, ¿qué te parece?
Y nos parece maravilloso. Especialmente porque en cualquier trabajo, en éste como reportero, tienes unas herramienta: boli, papel, ordenador, internet… Pero en el caso de la interpretación, los actores hacen uso de sus sentimientos, recuerdos y emociones continuamente. Cuerpo y alma, vaya. Y después se exponen al juicio o prejuicio de los demás. Ante una situación así, laboral, personal y diaria, uno necesita que ese esfuerzo merezca la pena… ¿Es eso lo que le ocurre a Jaime Lorente? Se lo preguntamos.
“Esto no deja de ser un trabajo, como todos, y hay cosas que se hacen por pan y otras que se hacen por arte. Pero las del arte son muy pocas. O sea, es muy difícil que te llegue un guioon bueno. Pero bueno, de verdad. Sin embargo, en ambas opciones, tu compromiso como actor debe ser absoluto. Y pasa con las profesionales vocacionales, supongo, que hay un momento en que te das cuenta de que no todo es bonito… Es una especie de decepción amarga”.
- Buscas una satisfacción al 100%, pero eso no te lo da ningún trabajo...
-Ya… Al 100% ninguno, ¿no?
- Jaime, siento decirte que no siempre el trabajo es placentero…
-Ni de coña, ¿no? ¿A ti también te pasa?
- Claro. Hay textos que te encanta escribir y otros, que no tanto…
- Ya... Normal. Yo, a veces, me planteo, qué haría si no fuera actor. ¿Tú piensas en qué harías si dejaras de ser periodista?
- ¡Por supuesto!
-Yo también. Me lo planteo todos los días. Qué haría si dejara ser actor. Y a veces me dan ganas hasta de llorar.
- Pero... ¿Tú tenías un plan B?
-(Y es aquí donde llegamos a su gran revelación. La del chico que hizo del arte, su epifanía, su reconversión, su caída cual San Pablo del caballo cegado por la brillante luz de la revelación. De la verdad. De un benéfico cambio de sentido. De vida)
... De alguna forma, este fue el plan B que la vida me regaló. Porque el plan A que yo tenía antes de ser actor era ser un desgraciado...
- Entonces, Jaime, la interpretación es un regalo. Lo ves así, ¿no?
-Lo veo lo veo.
- Ahora, en el hipotético caso de que quisieras descansar… ¿A qué te dedicarías? ¿Podrías tener un trabajo normal?
-Pues no lo sé. Pero si me preguntas: ¿qué papel quieres hacer? Tampoco lo sé. ¿Sabes que me encantaría? Que me tocara el Euromillón. Y con ese dinero, comprar un teatro y poner a todos mis amigos a trabajar ahí. Eso me encantaría.
- ¡Es es un sueño estupendo!
-Pero está jodido el Euromillón, tío (risas)
- Tendrás que pegar otro pelotazo en la pantalla, pequeña o grande.
-Pues mira, ya me has dado una razón para seguir… Tener un teatro. Un teatro… me haría feliz
- Oye, ¿estas dudas se las cuentas a tus padres o a tu chica? Me imagino que te dirán que estás loco y que te calles…
-(risas) Me dicen que estoy como una cabra. Con lo que disfrutan ellos de mis éxitos…
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